lunes, 20 de diciembre de 2010

Un poema sinestésico

Navegando encontré este poema que tiene relación directa con la sinestesia. Si vos tenés alguno mandalo junto con tu nombre así lo publico!! Quiero formar una comunidad de fanáticos de esta curiosidad! =)

Me circundan mùltiples sensaciones
el sabor cremoso del nàcar puro
se une al color del sonido etèreo
que vierten diversas notas equilibradas
plata, carey, circonio, platino...
las sinfonìas del universo exudan halos iridiscentes
la tumbaga de oro y cobre,
del indìgena colombiano
sus notas vierten color de aurora
y exhalan un dulce sabor de durazno
en las òperas de Wagner abundan tonos bermellones
lùbricas se deslizan en laberinto aceitoso
Mozart pletòrico de aroma floral,
dirige su concierto coronado con astromelia fragante
y en fin desde el llamado del telèfono fijo
hasta el timbre del celular
vienen acompañados del delicioso iris.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Test

En otro de mis buceos cibernéticos me encontré con este test psicológico ideado por Wolfgang Köhler. Quiero que usted del otro lado de la pantalla piense a cuál de estas figuras que a continuación se muestran nombraría Booba y a cuál Kiki.





¿Listo?
Se sorprenderá con estos datos...



Del 95% al 98% de la gente le asigna el nombre Kiki a la figura angular naranja y Booba a la figura redondeada violeta.

Se piensa que esto tiene implicaciones en el desarrollo del lenguaje; es decir, que el mecanismo de poner nombres a los objetos no es totalmente arbitrario. Otra explicación sería que la forma redondeada suele recibir el nombre de Booba porque los labios forman una figura redondeada para producir el sonido. En cambio, los labios forman una figura más angulosa al pronunciar Kiki.

Además, el sonido de las K es más forzado que el de las B.

Por otra parte, en el alfabeto latino, las letras B, o y a tienen una forma más redondeada que K e i.

Y ustedes, ¿pertenecen a este 95/98%?

viernes, 17 de septiembre de 2010

Cortos...

En uno de mis buceos por la web descubrí este corto de Gustavo Teretto llamado "Medianeras". Me fascinó y es por eso que quiero compartirlo con ustedes. En síntesis se trata de Mariana y Martín, dos jóvenes que viven historias parecidas, viven soledades parecidas, viven neurosis parecidas, incluso viven en la misma calle, pero no pueden conocerse. Lo mismo que los une es lo que los separa: medianeras. Un corot que refleja con gran ironía y acierto la sociedad actual en la Ciudad de Buenos Aires. Para pensar un poco...

Dejo los datos de todos los premios que ha ganado:

Almería en corto: Festival Internacional de Cortometrajes: Primer premio y premio de la audiencia;
Clermont-Ferrand International Short Film Festival: Gran premio;
Expresion en Corto International Film Festival: Mejor corto de ficción;
Iberoamerican Short Film Competition: Mejor cortometraje latinoamericano;
Festival de cine de Mar del Plata: Premio del jurado y premio Telefe Cortos











"¿Qué se puede esperar de una ciudad que le da la espalda a su río?"

jueves, 16 de septiembre de 2010

Volvi al ruedo...

Hace un mes que no escribo en el blog. Sé que mis lectores me reclaman y no puedo fallarles, pero algunas dificultades técnicas (no tengo más internet en casa...) imposibilitaron que pudiera seguir con mis narraciones y notas interesantes. Pido mil perdones por eso. Para re-ignaugurar el blog decidí postear un texto que escribí hace poco para la facultad que, aunque es un poco extenso, espero que lo disfruten. Bon a petit!


Suena la campana. Los caballos se acomodan en sus respectivos puestos. Los jockeys esperan ansiosos la señal de largada mientras sus asistentes terminan de acomodar la montura. El silencio hace zumbar los oídos. La tribuna calla, sus caras serias demuestran un largo análisis acerca de cada potrillo, corren desesperadamente hacia las boleterías como si su vida dependiera de esa jugada. En algunos casos, así es.

Esa mañana de sábado me desperté de muy mal humor: tenía sueño, no había dormido nada porque la noche anterior había salido a un bar por San Telmo donde entre risas y alcohol me olvidé de la hora. Llegué a mi casa muy tarde, el sol estaba levantándose de su descanso nocturno y sus primeros rayos golpeaban mi cara. Abrí la puerta de entrada del edificio, lentamente caminé hasta el ascensor e, instintivamente, apreté el botón. Subí hasta el cuarto piso peleándome con mi bolso que me escondía las llaves en los recovecos más profundos de su interior. La luz del pasillo estaba rota por lo que tardé unos minutos en encontrar la cerradura. La llave giró y en dos vueltas ya estaba en el interior de mi casa, refugiada en su calor, en su aroma a las milanesas que habían sido la cena del día anterior. Bostecé y me arrastré hasta mi cuarto. La cama estaba arropada con remeras, pantalones, medias, polleras, camperas. Parecía que alguien había puesto una bomba en mi armario y la ropa había volado hasta el colchón. Me había olvidado del desastre que hice para cambiarme. Junté la ropa y la tiré sobre la cama de mi hermana, que no estaba. Corrí el cubrecama y las sábanas y me acomodé entre las telas. Cerré mis ojos, con otro bostezo me quedé dormida.

A las nueve y media de la mañana sonó la alarma de mi celular. Lo apagué mecánicamente. Me tenía que levantar porque mi amiga Giselle me pasaba a buscar para ir al hipódromo. Me acurruqué mejor y seguí durmiendo. A las diez la alarma volvió a sonar más fuerte. Abrí los ojos y apagué el estruendo. Me tapé la cara con las sábanas y seguí durmiendo. A la media hora el despertador me gritaba para que me levantara. Abrí los ojos una vez más y descubrí la cruel realidad: eran las once menos cuarto. Giselle me pasaba a buscar en una hora y todavía me faltaba bañarme, secarme el pelo, plancharlo, cambiarme y estar desayunada. Mi rutina armada para salir de mi casa es indispensable. Salté de la cama y corrí al baño. Estaba ocupado. Aproveché para ir a la cocina a calentar agua para mi café matutino. Parecía que las habitaciones se alargaban y cada travesía por los pasillos duraba una eternidad. Me vestí rápidamente con lo primero que encontré en el bollo de ropa que había armado a la mañana temprano, no había tiempo para bañarse. Salteé pasos de mi cronograma perfecto. El café me esperaba en la mesa con un aroma intenso, despertando mis sentidos. No pude saborearlo porque la dictadura del reloj me lo impedía. Los minutos avanzaban, podía escuchar el timbre del portero eléctrico. Me apuré a guardar todo en mi cartera: un anotador y una lapicera, algo de cambio, aunque no estaba muy segura de apostar, el celular, un paquete de galletitas porque suponía que íbamos a quedarnos varias horas en el lugar, y las llaves de mi casa; acomodado todo, me senté a esperar. Salté de la silla cuando el portero sonó. Me despedí de mi familia y bajé hasta la puerta de entrada para encontrarme con Giselle. Las dos teníamos muchos nervios de ir al hipódromo. Caminamos hasta la parada del quince. Nos encontraríamos con Agustina más tarde en la puerta del lugar para pasar una tarde juntas viendo a los caballos, apostando sin saber nada sobre carreras ni apuestas.

De chica había pasado tantas veces por la entrada del hipódromo pero nunca había ingresado al recinto. Me imaginaba un lugar lleno de ancianos, sin discriminar estratos sociales, apostando, abrazados al alcohol para ahogar la desdicha de haberlo perdido todo. El colectivo avanzaba y mi mirada se perdía entre el paisaje urbano: edificios, autos, bocinas y semáforos. El viaje no duró demasiado: nos bajamos en la avenida Luis María Campos y Maure, y caminamos cuatro cuadras hasta llegar a la avenida Del Libertador. Estábamos completamente desorbitadas por el paisaje de ese barrio. Los lujosos edificios construidos a partir de diseños únicos y modernos, clásicos otros. La gente era otra en esa zona, sentía que nos miraban como si fuésemos dos extrañas en esas calles ostentosas.

Tardé en reconocer el gran edificio del hipódromo. Me sentí una estúpida, semejante lugar en frente de mi nariz y me costó percatarme de que eso que tenía adelante era el famoso hipódromo de Palermo. El desfile de personas que entraban al recinto daba a la escena un tinte de humor: algunos vestidos de gala mostraban sus lujosas prendas y sacones, en sus manos llevaban binoculares para poder observar con grandes detalles la carrera; otros, llevaban ropa más informal, deportiva, en algunos casos. Había algunas familias que habían organizado un sábado diferente llevando a sus hijos a ver a los caballos.

En la puerta saludamos a Agustina en un encuentro que parecía cronometrado. Avanzamos con mucha vergüenza al hall de entrada donde escuchamos que debíamos pagar veinticinco pesos para estar en ese sector. Las tres nos miramos y, sin decir nada, dimos media vuelta y caminamos hacia uno de los edificios laterales del hipódromo. No sabíamos por dónde teníamos que entrar, éramos novatas y nuestros rostros demostraban nuestra condición. Giré mi cabeza y pude ver un hombre de seguridad que nos sonreía reconociendo nuestras caras de desesperación. Le comenté que éramos tres alumnas de la UBA, que queríamos ver las carreras porque debíamos realizar un trabajo para la facultad, que no queríamos pagar por ver correr a los caballos, pero el hombre creyó que necesitábamos acreditaciones de prensa y nos indicó un puestito que se encontraba cerca del hall principal donde había un muchacho que, según él, sabría explicarnos qué hacer. Nos dirigimos hacia el joven y le comentamos que queríamos entrar. Comenzó a decirnos que entráramos por los laterales, que era gratuito. Nos acercamos al lugar que nos había indicado pero había vallas que nos impedían el paso. Por tercera vez consecutiva, preguntamos a otro hombre de seguridad cómo podíamos hacer para entrar y nos comentó que desde el segundo piso había una linda cafetería donde podríamos ver las carreras y, mientras tanto, tomar algo. Resignadas, comenzamos a caminar hacia el recinto. Al caminar siento que alguien nos chista. Era un anciano que se había dado cuenta de nuestro eterno paseo por la entrada del hipódromo. Me pidió que me acercara y casi en secreto me aconsejó entrar por el edificio contiguo donde, al costado del ascensor, había una puerta con unas escaleras que daban directamente a los palcos externos. Agradecí infinitamente su ayuda, por fin podríamos entrar. Al subir cada escalón, mi corazón latía más fuerte, no sólo por el ejercicio físico que implicaba, sino por la emoción que me generaba entrar por primera vez al hipódromo.

Nos acercamos a la pista donde se encontraban algunos jockeys montando a sus respectivos potrillos. La gente los ovacionaba con admiración y confiando que el caballo elegido sería el ganador. Noté enseguida que la mayor parte del público presente era recurrente a este tipo de eventos, sabían a quién y cuándo apostar, en qué orden numerar a los corredores, de qué manera jugar. Miré un folleto que habíamos agarrado en la entrada. En él se daban a conocer los nombres de cada caballo corredor, los jockeys, la caballeriza, los nombres de padre y madre de los potrillos, el entrenador y el puesto ganado en las cinco últimas carreras. El folleto nombraba además diferentes maneras de apostar: a ganador, segundo, tercero, doble, pick cuatro, imperfecta, exacta, trifecta. Iba a ser difícil jugar sin saber cómo. Le preguntamos a un hombre qué diferencia había entre las jugadas, nos dio una rápida explicación, que nunca terminé de entender, y se alejó de nosotras para obtener un lugar privilegiado en la siguiente carrera.

Las chicas fueron las primeras en apostar. Preferí ser prudente y esperar a ver cómo les iba. Las carreras pasaban y sentía el deseo de apostar, el deseo de sentir esos nervios incontrolables, el deseo de querer ver a mi caballo cruzando primero la línea de llegada. A la quinta carrera me decidí: tomé el folleto, busqué al potrillo número cinco, porque ese número había estado en mi mente toda la mañana, y les dije a mis amigas que quería apostar. Estaba segura de mi elección, su nombre “Muy Iluminado” me daba confianza, y quería vivir la sensación de vencer a la suerte. Me acerqué a la ventanilla donde un hombre tomó mi apuesta: “primero al cinco”, dije de manera decidida. “¿Cuánto vas a apostar?”, preguntó. La pregunta me descolocó, toda mi sensación de supremacía ante el azar se desvaneció y tímidamente pude decirle “cuatro pesos”. Ni siquiera pude apostar cinco como habían hecho las chicas anteriormente. El hombre me entregó el billete y caminé hasta las vallas que separaban la pista de los meros mortales.

Estaba muy segura de mi apuesta y me arrepentí de no haber apostado más dinero. La campana empezó a vibrar dando señal a los jinetes para que acomoden a sus caballos en sus respectivos puestos de largada. El relator prepara al público creando un clima de mucha expectativa. La señal de largada fue la protagonista del momento. “Y se largó la carrera. Se acerca a la delantera por delante de la pista el cinco estirándole ventaja al uno, muy cerca de ellos el dos”. Mi confianza fue aumentando rápidamente a medida que escuchaba las posiciones que los caballos iban tomando. “El número cinco por la delantera, en su búsqueda avanzando el tres seguido por el dos. Vienen buscando la señal indicatoria de los setecientos metros. Lo viene haciendo el cinco en la delantera”. Muy Iluminado estaba ganando la carrera. “Hacen su ingreso a tiro derecho final. En la señal indicatoria de los quinientos metros no hay variantes, siempre el número cinco en la delantera”. El público presente comenzó a ovacionar a Rodrigo Blanco, el jinete de Muy Iluminado. Parecía que el cinco había sido favorito en las apuestas. Me di cuenta de que yo también estaba gritando y festejando por el inminente triunfo. Estaba feliz. Podía ver cómo los caballos se acercaban al final de la pista, el cinco siempre adelante, con ventaja. Registré todo con la cámara de mi celular. No quería olvidarme nunca de este momento. El cinco se llevó los laureles. Había ganado.

Salté y festejé hasta cansarme. Me acerqué enseguida a la ventanilla a reclamar mi premio. Sabía que no iba a ser mucho pero me interesaba que todos supieran que había ganado. La novata. El hombre que había tomado mi apuesta me sonrió y me dijo que tenía que esperar a que dieran la repetición de la carrera en las pantallas que había en la pista. A penas terminaron de reproducirla corrí nuevamente hasta la ventanilla. Entregué el boleto ganador y a cambio me otorgaron diez pesos con cincuenta centavos. Estaba orgullosa de mi olfato hípico. Ahora comprendía por qué tanta gente juega a las carreras una y otra vez, con una ansiedad peligrosa. Si hubiera tenido más tiempo y plata habría estado apostando en las siguientes carreras. El hipódromo me había capturado. El sabor dulce de la victoria me había atrapado como la miel a las moscas.

Salimos las tres del hipódromo y volví a la realidad. El bullicio de los motores de los autos avanzando en la avenida Del Libertador, las bocinas y el olor que provenía del caño de escape de los colectivos me sacudieron, despertándome del sueño. El sol brillaba con intensidad, las nubes grises habían desaparecido y un viento cálido nos abrigaba. El clima nos acompañaba dándole un final oportuno a nuestra tarde en el hipódromo.






jueves, 29 de julio de 2010

Sinestesia...

Después de filosofar sobre mi vida y otras yerbas decidí publicar este texto del escritor peruano Alejandro Neyra. Este texto lo descubrí en uno de mis buceos por la net. Entré a varios blogs hasta caer en Ginebra Magnolia. Me llamó la atención el relato porque tiene que ver con esta sinestesia que descubrí hace poco y cada vez me interesa más y más. Al principio fui un poco ingenua: creí que lo que Alejandro narraba era una experiencia suya pero más tarde me advirtieron que era un relato ficticio, un cuento. Resultó ser que Alejandro Neyra es uno de los escritores peruanos más interesantes de los últimos años. Comenté el posteo en aquél blog y enseguida me respondieron. Pregunté si podía compartir el texto aquí y me dieron el permiso (permiso del propio autor!). Les dejo el link del blog con el acceso directo al cuento(aunque si miran a su derecha, dentro de la sección donde hay una lista de blogs que sigo lo van a poder encontrar también): http://ginebramagnolia.wordpress.com/2010/05/17/sinestesia-alejandro-neyra/

A continuación les presento Sinestesia de Alejandro Neyra. ¡Bon a petit!


Aquí donde usted está leyendo «Aquí donde usted está leyendo» (no es un truco, no se sienta engañado ni mucho menos escéptico) yo veo un rectángulo rojo con dos cuadrados verdes al medio, simétricamente alineados. Por encima de aquel rectángulo, un pequeño triángulo bermellón. Quizás para usted la diferencia entre rojo y bermellón –color que se acerca al granate– sea insignificante. Para mí es esencial.

¿Intentar explicárselo de mejor manera? No sé si se pueda. Al momento de escribir esto las imágenes se suceden incontables en mi mente. Y comprendo perfectamente que mente no es tampoco un término que se entienda sencillamente. La sinestesia es simplemente un fenómeno que algunas personas (entre el 3 y el 5 por ciento de toda la gente en el mundo) sufren. Sufrir es una palabra complicada pero real. Incluso para un sinestésico como yo. Para mí sufrir es un círculo de un azul casi negruzco con un punto naranja al medio. El contraste entre ambos colores –que son complementarios según me han explicado alguna vez– es sufrir para mí.

Puede que esto le resulte intrascendente o excesivo. Para mí no lo es. Así como yo –imagine usted que somos 3 o 5 entre 100 personas, de modo que debe conocer usted a alguno de nosotros, aunque quizás él o ella no lo sepa– hay gente que imagina palabras como colores, colores como sonidos, sonidos como sensaciones táctiles. La explicación científica es relativamente simple: en algún momento de nuestro desarrollo como seres humanos, aún en el útero materno, los sentidos –cinco, seis, quizás más que no hayamos llegado a comprender o controlar– se separan en nuestro cerebro, que es una pequeña masa que va creciendo y se va especializando ya desde entonces. En algunas personas como yo esta evolución o especialización no se completa. No sé si ese pueda ser el término adecuado. Completar es para mí algo así como un clip, un sujeta-papeles de un color entre violeta y morado (lo siento, nuevamente quizás para usted eso no sea relevante), que se abre y se cierra al mismo tiempo. Y para usted es un término concreto que puede imaginar mejor como un candado que se cierra o sabe Dios.

Pero bueno, ¿ha escuchado usted de Chris Langan? Es un guardaespaldas –lo que muchos llaman bouncer (es curioso, pero para mí ambas palabras, que quizás usted perciba como similares en español e inglés, para mí son muy distintas en cada uno de esos idiomas; tal vez porque mi sinestesia tenga que ver con las letras y no con los significados en sí, pero no podría asegurárselo ahora). Yo lo conocí hace un tiempo. Chris es el hombre con el coeficiente intelectual (IQ dice él, pronunciando aiquiú) más alto del planeta. No es broma. Pregúnteselo a alguien culto o búsquelo en Internet. El es la persona más inteligente del mundo (bueno, de toda la gente que haya pasado alguna vez por aquel test, pues quién sabe en alguna parte haya algún ser humano con el coeficiente más alto; puede que en Laos o en Perú, por nombrar dos sitios exóticos, haya alguien con un coeficiente más alto).

Conocí a Langan en Johns Hopkins. Nosotros –un grupo de sinestésicos– estábamos pasando unas pruebas realmente curiosas –tratando de calificar colores, formas, sonidos, sabores y sensaciones del tacto– cuando Chris entró. No sé si ustedes conocen su historia. De niño fue abandonado por su padre. Su madre lo crió con su nuevo esposo, quien lo golpeaba por ser un niño listo, que alardeaba de saber más que aquel hombre. Por eso se dedicó a hacer muchos ejercicios, a ir al gimnasio a cargar pesas y esas cosas. Es un tipo inmenso, la verdad. Tiene ya casi cincuenta y sigue siendo un tipo robusto, uno de esos a los que no te gustaría chocar el auto, o derramarle un vaso de cerveza jamás. Pero Chris, además de ser un hombrón, es un tipo sencillo, cuyo cerebro funciona a mil por hora. Quizás lo hayan visto en la televisión, en alguno de esos programas sensacionalistas. Yo que lo vi de frente puedo asegurarles que se trata de alguien distinto. Una persona verdaderamente especial. No por nada supongo que su IQ es de entre 190 y 210. ¿Pueden imaginarlo? Para que se den una idea, Einstein tuvo un coeficiente de 180…

Mencioné a Chris Langan porque para muchos es un farsante. Pero yo lo he visto y he hablado con él. Es real. No sé que puedan pensar ustedes de eso. Pero para mí alguien real es algo así como un cuadrado de un azul pálido, casi plomizo. Eso es real. Ese es alguien real. Y Chris es así. Cuando me miró a los ojos me dijo que veía en mí –dentro de mí, quizás– algo especial. Y yo pensé en eso que me decía y por primera vez imaginé algo distinto. En lugar de ver una figura, escuché un sonido breve pero intenso. Algo así como una de esas campanas que suenan en las peleas de box cuando se inicia un asalto. Una pegada en el cerebro que me hizo ver –literalmente– algunas pequeñas estrellas sin color (¡sin color! Algo que nunca me había sucedido).

Si hablo de Chris Langan es porque me parece que es un buen ejemplo de alguien que la gente cree un impostor pero es real (real, real como un cuadrado plomo-azulado). Nosotros los sinestésicos somos así también. La gente nunca nos cree. Quizás usted mismo ahora no crea absolutamente nada de lo que lee. Pero le propongo algo. Trate de imaginar lo que acabo de decir. Imagine que no cree absolutamente nada de lo que lee. Imagine “absolutamente” y luego “nada”. ¿Es usted capaz de imaginar algo? No mienta. Nadie lo observa ahora. Piense en “absolutamente nada”. Y ahora trate de explicármelo. Trate de decirme lo que piensa. Quizás imagine usted también una esfera de un crema tan tenue que casi no existe. Piénselo de nuevo. No se asuste. No se ha convertido usted en un fenómeno de la naturaleza. Todos somos capaces de pensar en absolutamente nada.

© Alejandro Neyra, inédito.

lunes, 26 de julio de 2010

Reflexiones de una chica al borde de un ataque...

Hay historias en todos lados. Historias de amor, de intriga, de suspenso, de desengaños, de tristezas, de alegrías, de malos entendidos. La vida nos regala relatos de todo tipo que nos forma como personas y nos alimenta de experiencia.
Me pasa que cuando estoy en vísperas de cumpleaños me agarra las ganas de filosofar sobre la vida, de ponerme a recapacitar qué hice con todos estos años de existencia, de intentar poner en la balanza qué quiero para mi futuro. Sé que a muchos les pasa estas cosas. Parece que cuando cumplimos años uno siente la obligación de repensar su vida. Lo negativo sobreviene cuando nos damos cuenta de que todos los sueños que teníamos en un pasado ya lejano no se han cumplido aún y que no estamos haciendo nada para llegar a ellos. O tal vez sí. Pero no lo hemos logrado. Nos frustramos, nos enojamos, nos autistamos del mundo y lloramos por esa realidad que no es la que habíamos ideado hace mucho.
Dentro de dos días cumplo años. Me está agarrando esa angustia de no haber logrado nada de nada de lo que me había planteado hacer para cuando cumpliera esta edad. Me da bronca. Mucha bronca. No con el mundo, ni con la vida, ni con la realidad que me tocó vivir. Me enojo conmigo misma. Me siento abatatada, sin ganas de hacer algo. Bajé los brazos rotundamente. Me siento un tapete, una bolita de pelos que anda arrastrándose por el suelo sólo con el impulso del viento porque si fuera por esa boilita estaría en un rincón llenándose de más pelusas. Estoy bajoneada. Ya lo sé. Pero estas líneas me sirven como una suerte de catarsis a mi estado emocional. De alguna manera escribir siempre me ayudó. Fue, es y será mi terapia mejor. Pido disculpas si alguna de estas líneas lo bajonean también. Si no quiere leer no lea. Yo no obligo a nadie a compartir este sentimiento conmigo.
Hace una semana atrás había empezado a escribir sobre el día del amigo. Aquella fecha tan particular inventada por argentinos, no sólo como estrategia de marketing (ya que en julio no hay fecha conmemorativa de padres, madres, abuelos o nietos…), sino como una manera de festejar con esa persona que uno eligió para que sea un hermano, un compañero de ruta, un sostén. Debo decir que mis experiencias con amistades no son muy gratas. Es por eso que empecé a tener un distanciamiento con esta fecha. Es un día más en el calendario. Sin nada de especial. Ese tema también me persigue por estas fechas. Se me juntan el día del amigo y mi cumpleaños. Me doy cuenta que la amistad es inversamente proporcional a la cantidad de años que pasan. Es decir, a más años, menos amigos. Me asusta.
Quiero terminar estas palabras tan filosóficas (?) con una reflexión final. La frase la saqué del flyer de una obra que está representando una amiga. Creo que tiene que ver con lo que me está pasando por estos días y me gustaría compartirla: “Crecer es un proceso continuo que realizamos en toda nuestra vida…podemos dejar de comer, dejar de amar, de lo que sea, pero jamás dejamos de crecer…algunos crecen y con el tiempo empiezan a entender, otros nunca quieren hacerlo…”

La idealización, los amigos y otras yerbas...

Esta semana se produjo un acontecimiento que se repite año a año. Este suceso era para mí en un principio muy (y resalto el “muy”) importante. Sin embargo, el tiempo fue erosionando ese sentimiento y hoy en día es un suceso más, sin importancia, hasta me atrevería a decir que es bastante frívolo como lo es el día del amigo. Todos los veinte de julio se festeja el día de la relación más extraña que puede tener el ser humano: la amistad. Pero, ¿Qué es eso de la amistad? Durante mucho tiempo se han escrito muchos textos, canciones, poemas, sonetos, odas, y todo lo que se les ocurra, acerca de este ¿sentimiento? Como toda buena sensación es difícil poder explicarla. Mi experiencia en tema de amistades es muy ambigua. Siempre creí que el amigo era ese compañero de aventuras dispuesto a hacer lo que sea por el otro. Una especie de idealización de lo que es en realidad, o por lo menos en lo que se convirtió hoy en día. Creo firmemente, y lo digo por experiencia propia, que el concepto de amistad se va transformando, mutando, convirtiendo (y cualquier otro sinónimo que imaginen en torno al término “cambio”) con el paso del tiempo. ¿o será que soy muy inocente en torno a este tema?
Cuando era chica los amigos conformaban el centro de mi mundo. Eran una necesidad. Jugábamos, bailábamos, compartíamos charlas acerca de los dibujitos que vimos el día anterior o de los videojuegos nuevos en el mercado. Eran épocas felices que marcaron mi infancia. El problema surgió cuando me cambié de colegio. Aquellas personas que eran todo para mí me dieron la espalda. La relación se empezó a perder. Me sentí mal en un primer momento pero como había conseguido un grupo de amigas en la secundaria no me afectó demasiado. En esta etapa entre la pre adolescencia/adolescencia comenzó el idilio de amistad nuevamente. Tenía dos mejores amigas con las que compartíamos todo. Éramos una sola. Era impresionante. Sabíamos todo de la otra: los gestos, las manías y locuras, los chistes, los gustos, los relatos sobre chicos. También fueron épocas hermosas que me dejaron recuerdos muy felices. Es en esos momentos donde uno piensa en que la amistad va a ser para siempre, cuando uno piensa en todas las cosas que aún faltan por compartir, imaginando que con el paso del tiempo esa unión que nos mantenía juntas iba a fortalecerse cada vez más y que, por último, íbamos a terminar todas juntas dándoles de comer a las palomas sentadas en el banco de la plaza, charlando sobre nuestros nietos y sobre las viejas épocas. Supongo que idealicé demasiado. Me rio al pensar en estas cosas. Me rio por no llorar (aunque sea una frase hecha). Al terminar el secundario, a diferencia de lo que me había pasado en la primaria, la amistad siguió aunque no todas seguíamos las mismas carreras. Por mi parte, en el cbc conocí gente maravillosa, aunque otra no tanto, que me hizo sentir la mujer más feliz del mundo. Me sentía rodeada de amigos, de gente que estaba ahí para apoyarme en momentos difíciles, con la que nos divertíamos, filosofábamos, salíamos. Había armado un grupo de hermanos más que de amigos. Sin embargo toda esta alegría duró poco. No sé si es porque la gente cambia o es porque uno deja de idealizar, como pasa cuando uno se enamora. Idealiza al otro como un ser cuasi perfecto o perfecto del todo. No hay nada de negativo en él. Pero después de un tiempo esa pared cae y se empieza a conocer a ese otro que era ¿ideal?¿perfecto? Fue lo que me pasó con muchas amistades que dejaron de serlo.
Hoy en día soy muy cuidadosa con la gente que elijo como “amiga”. Como dice el dicho “El que se quema con leche ve una vaca y llora”. Así me pasó. Me quemé. Y muchas veces. Soy cautelosa y me cuesta ser de este modo. Debo reconocer que siempre me gustó hacer amistades. Tampoco me cuesta hacerlo. Sólo que ahora tengo cuidado.

jueves, 1 de julio de 2010

¿Qué hacemos con las pilas?: Campaña de Greenpeace


Hoy abrí mi casilla de correo electrónico y me encontré con un mail de Greenpeace en el cual intenta encontrarle una solución a un problema que muchos no les damos importancia pero que si las cosas se dejan estar puede resultar en un problema para nuestra querida tierra.

Muchas veces te habrás preguntado qué hacer con las pilas y baterías usadas, dónde tirarlas para que no terminen en un relleno sanitario y contaminen el suelo y el agua. Las empresas productoras e importadoras de pilas y baterías son quienes deben hacerse cargo de su gestión y reciclado, pero hoy no se hacen responsables.

Las pilas y baterías usadas representan un gravísimo problema ambiental en nuestro país, y las empresas que las importan se desentienden del tema. El año pasado el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires lanzó un plan de recolección de pilas y baterías, y juntó 10 toneladas que hoy no tienen destino cierto. La única solución es que las empresas se hagan cargo económicamente de su exportación para que puedan ser recicladas en aquellos lugares donde existe la tecnología adecuada para su tratamiento.


Las empresas deben terminar con la contaminación que generan sus productos cuando ya no sirven, y dejar de tirarle el problema a los municipios y a los vecinos. Hoy es posible reciclarlas y recuperar los materiales que contienen. Todas las pilas y baterías usadas deben ser responsabilidad de las empresas que las fabrican y comercializan.

Greenpeace se encuentra haciendo una campaña de concientización para que entre todos se les exija a las empresas productoras e importadoras que de ahora en adelante se hagan cargo de todos los residuos que sus pilas y baterías generen, y que paguen la exportación de las 10 toneladas de pilas recolectadas por el Gobierno de la Ciudad.

Si logramos que las empresas se hagan cargo del reciclado de sus propios residuos daremos con la solución definitiva al problema de las pilas.

No mires para otro lado. Participá y solucioná, de una vez por todas, el problema de las pilas usadas. Podés firmar en la página de greenpeace (www.greanpeace.org.ar) una petición para lograr que las empresas multinacionales productoras de pilas se hagan cargo de esta situación. Ya hay 45247 personas que participaron de esta ciberacción. Dale. ¡Ponete las pilas!

lunes, 28 de junio de 2010

Autorretrato

¿Qué mejor para empezar un blog que el autorretrato? Para que me vayan conociendo, un poco nomás, es conveniente y necesario presentarme de alguna manera...Lo que leerán a continuación es un texto que escribí para una matería que estoy cursando en la UBA (Taller de Expresión III-Gráfica). El TP consistía en escribir nuestro retrato sin "lugares comunes", en un lenguaje sencillo, sin muchas vueltas. Debo admitir que me costó bastante. Las metáforas y los rebusques a la hora de narrar siempre están presentes para mí. En lo personal no es de mis mejores textos pero creo que explica algo a cerca de lo que soy y de lo que estoy estudiando.

El siguiente texto debería responder a una consigna específica y muy clara: escribir mi autorretrato visto desde “un lugar común”, sin intervenciones, de manera “directa”. El problema que tengo con este deber es que mi hemisferio cerebral encargado de que pueda escribir e inventar lo que quiero decir en un texto no está de acuerdo con esta consigna y no me deja trabajar. Todo esto tiene una explicación: resulta que mis textos son siempre complicados y busca la ayuda de metáforas, comparaciones y otros recursos de estilo que permite, como dirían algunos, “ornamentar”, “decorar” mi discurso. No me gusta estar comentando lo que soy y lo que hago de una forma tan directa. Nací con esta cualidad y, lamentablemente, es parte de mí ¡Estoy en un gran problema! En plena discusión con mi “Yo escritora” creí que nunca me iba a poner de acuerdo pero después de una larga discusión resulta que me equivoqué. A la fuerza voy a apaciguar este lado tan importante de mí. No prometo nada. Sólo voy a poner todo mi esfuerzo en redactar este texto en un estilo “directo” aunque una parte de mi no sepa de qué se trata. Sepan disculpar los errores a cometer pero mi persona funciona así.

Nunca pensé que retratarse a uno mismo fuese tan complicado. Buscar alguna anécdota, una actividad, una cosa, algo que me represente es de las tareas mas difíciles que tuve en la vida. Sí, así de difícil es esto. En esta carrera, como en todas las carreras, todo se basa en trabajos prácticos o tesis o monografías que hacen el intento de juntar teoría y práctica, con suerte, para poner un número a eso que uno escribe. Es horrible ver cómo un numerito puede deshacer el trabajo de semanas. Tuve mis crisis en esta carrera. Supongo que muchos también las padecieron. Quise abandonar todo para seguir con otra carrera. Una en la que pudiera sentirme más cómoda y en la que cada día de cursada fuera más interesante para mí que el día anterior. Quería ser psicóloga. Algo en mí deseaba analizar a la gente. Lo hago con frecuencia mientras me hablan, mientras miro a la gente caminando por las calles o en los colectivos. Me gusta. Pero, ¿empezar todo de nuevo?: cbc, materias (muchas), tesis, trabajos prácticos, etc. Creo que sería entrar en las mismas crisis pero en otra carrera. Por eso le busqué la vuelta y traté de ver qué podía hacer con todo este estudio que todavía no había aplicado en la vida. La radio fue lo que encontré. Podría decirse que analizo las cosas cotidianas y las comento durante el programa. La radio es un medio que me deja todas las semanas hablar de todo lo que me interesa y, al mismo tiempo, me encuentro con gente con la que la paso muy bien. Podría decir que es mi reemplazo al teatro, otra de mis pasiones. No voy a decir lo que todo el mundo dice: “desde chiquita actuaba adelante del espejo”, “la tía Porota siempre creyó que lo mío es la actuación” o “nací para actuar” porque siempre fui vergonzosa y me costó pararme frente a la gente y hablarle a la nada. Un monólogo que había escrito fue lo primero que representé ante un público que no conocía. Tras bambalinas, antes de salir a escena, tenía una mezcla de ansiedad y miedo. No podía aguantar las ganas de salir a escena. Hasta que lo hice y nunca más quise soltar el escenario. Pero lo hice. Lo hice porque los tiempos se me acortaron cuando salí de la secundaria, tenía otras prioridades o busqué otras excusas. Y ahora estoy arrepentida.

Otra cosa que abandoné es la escritura. Antes me gustaba escribir cuentos y hoy en día no lo hago. No sé por qué. Me gustaba y me divertía hacerlo como manera de contar las cosas que sentía en ese momento con cuentos que, en realidad, eran largas metáforas de mi vida.

Me doy cuenta de que abandoné muchas cosas que debería retomar. Quizás, después de escribir este trabajo, lo charle con algún psicoanalista o algún amigo. Tratamiento para la cabeza necesito con urgencia después de escribir estas líneas.

viernes, 25 de junio de 2010

Para pensar un poquito...

Estaba dando vueltas por la web y me encontré con un video muy interesante e irónico sobre la catástrofe de British Petroleum. Me indigna estas situaciones donde no se puede hacer nada después de que pasan...El afán por obtener más y más ganancias está destruyendo nuestros recursos naturales. De a poco estamos destruyendo nuestro hogar ¿Cómo puede ser que para satisfacer nuestra ambición nos movilicemos tan fácilmente pero para ocuparnos del cuidado del otro, del mundo nos gane la vagancia? La ambición es poderosa y mueve montañas. Les propongo ver este video que, con ironía y un poco de humor, realiza una crítica a las medidas tomadas para contener el derrame producido por la fuga de crudo en el Golfo de México.

miércoles, 23 de junio de 2010

¡¡Bienvenidos mis sinestésicos!!

Les doy la bienvenida a este universo infinito y misterioso donde el sentir se convierte en una nueva sensación.

He creado este blog a partir de mi descubrimiento de la palabra SINESTESIA. Me fascinó su definición...Creo que la escritura me permite vivir esa experiencia donde los sentidos se mezclan, donde dejo de ser para convertirme en palabra...pero si muto en palabra corro el riesgo de no ser nada sólo mera representación de algo que no está. Entonces, ¿cómo hago para ser si lo que me permite ser me lo impide?

Con estas cuestiones lacanianas quiero empezar este blog. Es una teoría psicoanalítica que me resulta muy interesante aunque, a la vez, choca con mi concepción sobre la expresión ¿Cómo puede ser que la comunicación no exista en realidad?¿Cómo, si es lo único que me queda para poder gritar todo lo que veo, para poder ver todo lo que huelo, para poder oler todo lo que grito?

Creo que es oportuno que vean este video realizado por Terri Timley en el año 2009. Se los recomiendo. Fue el empujoncito inicial que hizo que me interesara mucho en este particular modo de sentir.



La palabra sinestesia procede del griego syn (junto) y aistesis (sensación), es decir, que podría entenderse como “la unión de las sensaciones”. Aunque existen casos de sinestesia documentados desde hace más de 300 años, no ha sido hasta finales del siglo XX cuando su estudio se ha extendido. Ahora ya se sabe que hay más mujeres que hombres sinestésicos y que hay familias con varios casos entres sus miembros. Por tanto, parece haber un cierto componente genético para la sinestesia. Las investigaciones del Dr. David Eagleman tratan de comprobar este punto recopilando información de árboles genealógicos de sinestésicos. De esta forma se ha comprobado que el gen responsable de este fenómeno se encuentra en el cromosoma 16 y se trabaja para secuenciarlo.

Cada sinestésico ve el mundo de forma distinta ya que se han clasificado hasta 19 tipos distintos de sinestesia. Los más comunes consisten en asociar números o palabras con colores mientras que los más raros asocian el tacto con sabores u olores. El mecanismo por el que se produce este fenómeno se estudió por tomografía por emisión de positrones. De esta manera se comprobó que en el caso de los sinestésicos al decir números se activan no sólo las áreas del cerebro responsables del lenguaje, sino también las correspondientes a la vista o el tacto.

Parece claro que el origen de la sinestesia está en el cerebro, pero no así el mecanismo por el que se produce. Hay dos teorías sobre la causa de la sinestesia. Según la primera, un sinestésico tiene más conexiones físicas en el cerebro, lo que permite “enlazar” los estímulos que proceden de distintos sentidos. Según la segunda teoría, el número de conexiones en el cerebro es el mismo, pero el nivel de inhibición bioquímico es distinto por lo que se pueden producir las conexiones cruzadas que llevan a enlazar las distintas sensaciones.

Además de ser una oportunidad de entender un poco mejor cómo funciona nuestro cerebro, la sinestesia puede permitirnos averiguar cómo se produjo el salto evolutivo que condujo al desarrollo del lenguaje.